Nos gusta quejarnos. Desde pequeños somos conscientes de que si lloraos nos hacen caso y como nuestros padres no quieren vernos sufrir, aceptan nuestra manipulación y nos dan lo que pedimos. Pero ¿no nos harían el mismo caso si riéramos?
Cada vez que alguien te cuenta algo lo hace desde la negatividad. "Qué mal he dormido", "Pues llevo unos días un poco ploff..." y no es que me dedique a escuchar los problemas de los demás ni mucho menos, es simplemente que a las personas, nos gusta quejarnos. Lo aprendimos de niños y creemos de "mayores" que si seguimos dando pena la gente será más tolerante, les gustaremos más o incluso se interesara más por nosotros.
Es cierto que alguien muy sabio me dijo una vez "no te fies de aquel a quien le vaya todo bien" y es cierto. Decir que mi nube de felicidad es infinita sería mentir, pero si hay una cosa cierta. Prefiero hablar de cosas positivas, de proyectos a alcanzar, del éxito que alcanzaremos... de la felicidad de tomarme mi merecido helado de los viernes.
¿Y si todos fuésemos igual? ¿Y si forjásemos nuestras relaciones en las cosas positivas que nos rodean? Yo tengo una teoría. Nos volvemos negativos por afinidad. Cuando decimos a alguien que nos está contando que su jefe es fantástico "Pero ten cuidado no vaya a ser que te pase como al primo de X que..." y ya está, ya hemos sembrado la duda y por tanto la negatividad.
Por supuesto debemos ser precavidos y por supuesto debemos estudiar el escenario, pero ¿no es más divertido y más enriquecedor exponerse y vivir de verdad y no cargando con una coraza pesada y lastimera?
Deja de quejarte. Si quieres algo, lucha y trabaja para conseguirlo. Si alguien te pregunta "¿Cómo estás?" por que no intentas contar algo positivo y lo más importante, ¿y si intentas no influir sembrando dudas? Venga, seguro que somos capaces.
miércoles, 11 de junio de 2008
El gusto por la queja
Publicado por
Rubén Turienzo
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