Este fin de semana pasado ha sido memorable. Buenos amigos con los que compartir grandes momentos y la certeza de que el grupo de gente a la que admiro y de la que me gusta rodearme crece exponencialmente desde que decidí cambiar mi día a día. Desde que decidí rodearme de personas que me aportaran positividad.
Hoy rindo un pequeño homenaje a esas personas y si he hablado contigo a lo largo del fin de semana (en algunas ocasiones sin causa aparente) sabes que estás entre ellas.
Pero hay muchas más. Informáticos cántabros, opositoras de tenerife, periodistas gaditanos, comerciales y creativos valencianos, emprendedoras catalanas, profesores madrileños... Decenas de personas que cada día me demuestran lo buena gente que son y lo afortunado que soy. Personas con las que puedes pasar semanas sin hablar y cuando descuelgas el teléfono parece que hace unas horas que fue la última vez.
Y me gustaría compartir con todas y cada una de las personas una experiencia que una de esas personas recién aparecidas me enseñó el sábado por la noche (aunque él no lo sepa)
Tras una larga y divertida jornada de celebración de orgullo en la Gran Vía madrileña, tras bailar, reír, charlar, disfrutar y porqué no, también ser estrujados por la masa, decidimos volvernos a casa.
Uno de los integrantes de nuestro grupo decidió continuar su fiesta y tras acompañarle al metro nos dimos cuenta de algo aparentemente terrible. Le habían robado la cartera. Lógicamente unos minutos de seriedad, de cabreo e incluso de indignación por la situación nos hicieron desistir y volvernos todos juntos, con el cansancio y el mal ambiente a casa... o eso parecía.
De repente, Pepe decidió cambiar la historia, nos pidió algo de dinero y tomó de nuevo las riendas de su noche. Decidió seguir adelante y disfrutar de la fiesta que le esperaba.
Al resto del grupo nos animó muchísimo su decisión, le apoyamos e incluso aplaudimos entre la gente mientras nosotros nos montábamos en el taxi y él desaparecía andando entre la multitud. Joaquín, Zelenía, Javier, Diana y yo llegamos contentos a casa, devoramos algo dulce y salado y acabamos dejándonos vencer por Morfeo.
Pero no habíamos caído en algo. Pepe decidió con su actitud que el resto también disfrutáramos. Él había conseguido que dejásemos de pensar en el ladrón y que nos alregráramos por su situación, que quisiéramos que se lo pasase en grande, que fuese feliz.
Es importante que pensemos que nuestras actitudes se reflejan en la de quienes nos rodean, que pueden transmitir positividad y aun así nosotros salir ganando o conseguir lo que queremos. Algunas personas pueden no entenderlo o sentir envidia de nuestros aciertos o decisiones, pero n debes preocuparte por ello, las verdaderas personas positivas sentirán alegría, te animarán y apoyarán. Siempre estarán a tu lado sembrando sinergias, desarrollando talento, disfrutando al fin y al cabo y haciéndote disfrutar de la buena vida.
martes, 8 de julio de 2008
La buena vida
Publicado por
Rubén Turienzo
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