jueves, 27 de diciembre de 2007

La perseverancia de Íñigo Montoya




“Si te caes siete veces, levántate ocho”
Proverbio chino

La fortuna ajena no está bien vista. Quien está acostumbrado a trabajar durante años y nunca ser recompensado, suele criticar el trabajo de las personas que, en poco tiempo, comienzan a despuntar en su sector, además de pronosticarles una debacle segura y cercana. Cuando a un afortunado, como yo, alguien le pregunta con curiosidad cómo es posible conseguir tanto tan rápido, simplemente me viene una frase a la cabeza: «Me llamo Íñigo Montoya».

Aún recuerdo la primera vez que vi La princesa prometida. Una sorprendente historia de aventuras en la que un joven campesino lucha por conseguir el amor de la mujer de su vida: la asombrosa Buttercup. Para ello deberá contar con la inestimable colaboración de un grupo de personas que le ayudarán y acercarán a su objetivo. Una cinta que, sin duda, todo el mundo debería disfrutar al menos una vez en la vida.

Rememoro en mi cabeza las fantásticas luchas de espada, los estupendos acertijos o el gigante bonachón. Pero no hay duda de que existe un personaje que me marcó en la memoria una frase que ha sido una constante en mi vida, Íñigo Montoya. Desde el principio de la película empatizamos con él y queremos encontrar, descubrir y, por supuesto, poder ayudarle a cumplir su promesa. Encontrar al espadachín de seis dedos y decirle: «Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir».

Este personaje nos muestra una verdad universal. Hay que trabajar cada día para aproximarnos a nuestro objetivo. No sirve de nada creer en falsas confabulaciones o en complots astrales. Si realmente tenemos un objetivo y luchamos cada día para conseguirlo, nada ni nadie puede evitar que lo alcancemos.

El primer paso por tanto es saber cuál es nuestro objetivo. Nunca sabremos qué camino escoger si no sabemos hacia dónde vamos. Intentarlo es como enviar a Dorothy a darse un paseo por Oz sin saber que debe recorrer el camino de baldosas amarillas para llegar a la ciudad esmeralda. Este objetivo debe ser lo suficientemente claro como para poder resumirlo en una frase simple y comprensible. Debe ser algo alcanzable y tangible, ya que intentar conseguir algo inaccesible sólo conseguirá mermar nuestra confianza y que nos rindamos creyendo que no somos capaces de mejorar. Pero a la vez, nuestro nuevo objetivo debe suponer un reto para nosotros. Enfrentamos constantemente a nosotros y a nuestras situaciones es lo único que nos desarrolla y consigue sacarnos del estancamiento generalizado. Reta a tus habilidades y descubrirás realmente todo lo que guardas dentro.

Y es aquí, una vez comprendido nuestro objetivo y entendiendo el reto como elemento potenciador de nuestros actos, donde la perseverancia cobra sentido. Erin Brockovich luchaba por paliar una gran injusticia, Luck Skywalker por derrocar el Imperio y Billy Elliot por ser bailarín. Todos tienen un objetivo definido y luchaban cada día para alcanzarlo. Nadie nos acercará tanto a nuestro objetivo como nosotros mismos. Todo lo que hagas debe estar guiado por esa constancia y perseverancia. Toda acción debe estar enfocada a la consecución de ese objetivo. Siempre monitorizado bajo los valores más humanos y sociales, pero sin cejar en el empeño. Nuestro peor rival somos nosotros mismos, así que no te des esa satisfacción y esta vez no te excuses.

Al igual que a nuestro aventurero, a nosotros también nos saldrán obstáculos que tengamos que superar. Si todo fuese fácil de alcanzar, todo el mundo lo haría. Esa es la diferencia entre la gente común y las personas que consiguen sus metas. Los obstáculos sólo son nuevas oportunidades para demostrarnos lo que podemos conseguir. Escuchar mejor, estar más atentos, negociar más hábilmente o vigilar y bloquear reticencias a nuestras propuestas. Todas estas destrezas las desarrollamos cada vez que nos forzamos a usarlas. Así que cada obstáculo no sólo no nos impide alcanzar nuestro objetivo, si no que nos prepara más, potencia nuestras habilidades y en definitiva, nos hace mejores. Además, cada obstáculo superado se convierte en un pequeño éxito. Ese logro nos renueva las fuerzas y nos llena de confianza para volver de nuevo a nuestra carrera.

Ése es el secreto. Los afortunados alcanzamos nuestras metas porque, una vez bien definidas, trabajamos para conseguirlas. Un fuerte compromiso personal hace que nunca nos rindamos ni desistamos, pero todos podemos hacerlo. Todos llevamos dentro un Íñigo Montoya dispuesto a hacer lo necesario por conseguir su objetivo. Pule tu arma y practica su estoque porque pronto tú también encontrarás ese reto con seis dedos y tendrás que vencerlo. No hay duda de que podrás hacerlo, como yo, como Íñigo Montoya.


Rubén Turienzo
www.rubenturienzo.com

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